CUBA

La generosidad de un buen samaritano hace la diferencia a dos niños cubanos que venden guayabas en las calles de Ciego de Avila para sobrevivir.

Gracias a la generosidad de un buen samaritano, dos niños de Ciego de Ávila reciben ayuda y apoyo de la comunidad. Descubre cómo una simple acción puede cambiar la vida de estos pequeños luchadores en medio de la adversidad a la que los ha condenado el Castrismo ¡No te pierdas esta conmovedora historia!

  • 23/12/2024 • 10:04

Gracias a la nobleza de Guillermo Rodríguez Sánchez, un buen samaritano, hoy dos niños de #CiegodeAvila reciben ayuda de varias personas sensibilizadas con su historia.

De salida del barbero y buscando un bicitaxi (cuenta Rodríguez Sánchez en su página de Facebook) "me toca una manita por la espalda.

-Buenas tardes señor, ¿desea guayabas?

Fueron esas sus palabras exactas, y como tal cortesía últimamente está escaseando incluso en adultos, me pareció fascinante encontrarla tan al natural en aquella menuda niña tan humildemente vestida.

-¿Tú eres la niña que viene de Carolina a vender guayabas casi todos los días verdad?

Le pregunté y asintió riéndose casi de la obviedad implícita en mi pregunta.

Carolina es un poblado ubicado en la carretera al municipio #Venezuela, 8 kilómetros al sur de Ciego de Ávila.

-Venimos, somos dos.

Me suelta otra voz infantil a unos metros, se acerca rápido y descubro que evidentemente es el hermano.

-¿Vas a comprar o no?

Dice en tono como protegiendo a su hermana, más interesado en salir de mi que en la posible venta.

-Te pago todas las guayabas de una mochila y te las vuelvo a regalar.

Le suelto entonces yo y se relaja enseguida.

-Ahh tú lo que no sabes hacer negocios.

Sentencia muerto de la risa, una risa aún inocente e intacta aún en medio de la durísima maduración acelerada que debe estar experimentando este niño.

En eso un trabajador de La Canchánchara, establecimiento gastronómico ubicado al frente de donde estábamos conversando, los llama, les invita a sentarse y les sirve gratis suculentos sandwiches.

A ti gracias colega, fui testigo directo del muy amable trato que les diste y cómo los atendiste en una mesa como si fueran clientes distinguidos del local.

¡Y vaya si lo son!

En tanto me senté a esperar con paciencia que terminaran de merendar pensando en varios seguidores que me han escrito estos días, pidiendo que si encuentro a la niña de las guayabas haga algo para ayudarla un poquito.

-¿Me compras la mochila entera o no?

Interrumpe el niño y salgo de mi abstracción.

Procedo a cumplir mi palabra, le compro todas las guayabas de una mochila, le doy el dinero y se las vuelvo a regalar.

Pésimo negocio que ejecuto muy feliz.

Charlamos un ratico más, iban apurados por coger transporte (ardua tarea) para regresar a su casa antes del anochecer.

Dicen que ayudan a su mamá luego de ir a la escuela por la mañana y que viven solos con ella, información que no sé cuanto de real tenga y que trataré de averiguar.

Les pido agarrar una mochila y en efecto, compruebo que pesan muchísimo aún y ya llevan horas en la venta de fruta.

Mientras tanto quedamos en un arreglo cómplice, nos veremos exactamente dentro de 7 días en un lugar y hora acordados.

Ahí les entregaré las cositas de ropa y otros útiles que pueda (podamos) reunir para tirarles un cabo, para llevarles algunas confituras que quizá hace años o nunca han probado y negociar una vez más dejándome aventajar por guayabas."...

Al final de su testimonio, el Cibernauta continuó:

"Si quieres aportar algo escríbeme por messenger, podemos surtir en conjunción un poquitico de felicidad en una niña y un niño que si los has visto por ahí, sabrás que derrochan alegría aún trabajando fuera de lo que la lógica cronológica indica.

Y tú...¿qué estabas haciendo a esa edad?

Porque yo estaba jugando siempre por las tardes.

Como han cambiado los tiempos..."

Gracias a su visualización, muchas personas se acercaron y ayudaron para hacer la diferencia en la vida de estos pequeños luchadores en una #Cuba que se va desmarcando aún más de la atención a los más vulnerables.

 

© LaTijera