José "Pepe" Mujica: del radicalismo armado al poder político   José Mujica es una de las figuras más emblemáticas de la izquierda latinoamericana. Su imagen de presidente humilde y su discurso a favor de los pobres le han valido admiración internacional. Sin embargo, su pasado como miembro del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) sigue siendo motivo de controversia.   Durante los años 60 y 70, Mujica participó activamente en el MLN-T, una organización guerrillera responsable de asaltos, secuestros, ataques armados y otros actos considerados criminales por el Estado uruguayo. Estos hechos incluyeron la toma de comisarías, el robo de armas, la colocación de explosivos y el secuestro de diplomáticos y empresarios. Si bien Mujica no fue condenado por crímenes de sangre, fue arrestado en varias ocasiones y pasó casi 15 años en prisión, considerado por el régimen militar como uno de los “rehenes” que serían ejecutados si el MLN-T retomaba la actividad armada.   Muchos críticos sostienen que Mujica nunca pidió perdón explícito por su participación en una organización violenta, y que su posterior ascenso al poder representa una forma de blanqueamiento político de su pasado. Si bien la amnistía de 1985 lo benefició legalmente, el debate ético sobre su rol en aquellos años sigue abierto. Para algunos sectores, Mujica es un ejemplo de redención; para otros, un símbolo del doble estándar con el que se juzgan los crímenes del pasado dependiendo de la ideología de quienes los cometen.   Durante su presidencia, Mujica mantuvo un discurso conciliador, pero evitó profundizar en la autocrítica sobre los métodos violentos de su juventud. Su legado, por tanto, queda dividido: entre quienes lo ven como un luchador transformado en demócrata, y quienes consideran que la historia no debe olvidar ni justificar la violencia política bajo ningún pretexto.